Hay un fantasma que vive en mi casa. Por las noches le escucho caminar. Solo por las noches. Es por eso que no sé si es de verdad, y no le he dicho a nadie. Pero le siento. ¿No es eso suficiente? 

Quisiera poder decirles más, de su personalidad, mañas, o maneras en que me asusta. Pero la verdad es que no le conozco muy bien. Para nada, casi. Es un compañero de casa bastante elusivo, y de algún modo, agradable. 

 Sí, su presencia me intriga y confunde casi a diario, pero me da la impresión que es de genio apacible, sereno. Tanto así que a veces, cuando estoy de buenas, me dan ganas de abrazarle. Y quizás nos abrazamos a menudo, quizás nos cruzamos en los pasillos, cuando siento que comparto el aire con otra alma, que me atraviesa una mirada solemne y cálida. 

¿De qué se esconde? ¿A qué le teme? Tal vez, al igual que a mí, le dan miedo los monstruos que se esconden en la cocina y salen en la noche. ¿Será que lee  los  libros y papeles que dejo desparramados en la mesa del comedor? A veces siento que mi marcador se mueve de página, y que cuando escribo mis preguntas alguien me contesta, susurrando con el murmullo del refrigerador. 

En fin, quién sabe si siquiera hablamos el mismo idioma. Tal vez no el de las palabras, pero sí el otro. El confuso aquel. El no se lleva con la lógica. Sí, definitivamente nos entendemos. Hoy voy a sentarme bien cerquita a mi puerta, para ver si le escucho caminar por el pasillo. Tal vez sea mi piel eriza la que me avise que llegó.

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